sábado, 19 de mayo de 2012

Perdido en las sierras cordobesas

El polvoriento ingreso del tren a la ciudad de Córdoba anticipaba una constante que solo la lluvia esporádica puede menguar. En la pampa seca, el barro no se hace solo.

Las 16 horas que las vías de ferrocentral soportaron la hilera de vagones no se hicieron eternas y a horario llegamos a la capital mediterránea. Era sábado al mediodía, de esos mediodías templados de lindo sol en los que la escala urbana se necesita breve para adentrarse de una vez en el paisaje agreste. La idea era salir rápidamente de la capital provincial. Solo cruzar una calle se necesita para ir de la estación de trenes a la terminal, para abordar allí un micro con destino al valle de Punilla. Carlos Paz, Cosquín, La Falda, La Cumbre y el destino, Capilla del Monte, son enclaves pintorescos, más o menos en auge, más o menos obvios, que van disminuyendo en escala a medida que uno avanza hacia el norte. Era Capilla mi primera parada.
Al primer parecer se percibe que el pueblo sufre las influencias del hippismo, debido a la cercanía del Cerro Uritorco,  epicentro de prácticas esotéricas y el supuesto avistaje de ovnis por lugareños y turistas que hace que toda conversación esté cruzada por la palabra energía u otras de ese tipo, estando prohibido vivir la realidad a secas. Uno se siente raro ante tal imposición. He sufrido en carne propia tal cuestión, con un constante mareo que vaya uno a saber producto de que "energía" se apoderó de mí. La idea no era estar mareado, así que me fui, no sin antes pasar una noche de estrellas con la carpa armada en el lecho pedregoso del río Calabalumba, con cena de arroz y levadura de cerveza hervidos a fuente de ramas quemadas del lugar.
Ahí nomás a unos pocos kilómetros está San Marcos Sierras, un pueblo pequeño, relativamente aislado, en el que el hippismo ya no influye sino que reina. Personajes de nombres cambiados son comunes y la posibilidad de vivir sin hacer nada parece que florece aquí. 
Estuve una semana en San Marcos aceptando su ritmo de nadería, aprendiendo cosas primitivas de la tierra y de los hombres que el progreso hizo olvidar a la mayoría de los mortales, comprobando que es muy poco lo que se necesita para vivir y viajar cuando se decide vivir viajando.
Logré perderme con facilidad en ese pueblo de caminos sinuosos como de hormigas, de árbules frutales de frutos de los que no se ven en las verdulerías y de gente que no se diferencia en mucho del paisaje. Acaso, si no hubiera gente sería más o menos todo igual y eso, creo, es todo un descubrimiento.
Creí asimilarlo todo con el correr de los días. Creí habituarme a no comer sino verduras y saber de las horas siguiendo los pasos del sol. Hasta que una lluvia persistente me dio alas y me dijo andate, y de repente el camino dobló tras de mí por última vez.


sábado, 14 de abril de 2012

Diario del viaje a Chile

Si lo más feo de los viajes son las despedidas es probable que lo más lindo sea volver. En Chile me estaba sucediendo eso...

En octubre de 2011 pude cumplir un anhelo que se hizo esperar bastante. Es que desde 1992 hasta 1999 había ido 9 veces a Chile, pero desde entonces diversas cuestiones de la vida me habían impedido volver. Otros destinos se habían cruzado en mi camino. Este diario es un análisis comparativo del tiempo trascurrido y el reflejo de un gran deseo cumplido: Volver al gran desierto de Atacama. El relato completo del viaje más algunas fotografías pueden verse acá.
Creo que los viajes no terminan con el regreso, más bien continúan por un tiempo y no solo en el recuerdo sino en los cambios que producen en la cabeza del viajero. En este caso el cambio producido ha sido grande. Significa para mí el comienzo de una nueva etapa en la que redescubro el viajar como una forma de vida, que se acerca al ideal mucho más que la vida sedentaria y rutinaria. La humanidad ha sido nómada la abrumadora mayoría de su existencia en la tierra. Solo el advenimiento de las ciudades ha cambiado el cuadro en las últimas centurias. Pero creo firmemente que es una elección pasajera.
Cuando disfruto el viajar, cunado lo anhelo estando en casa me doy cuenta que hay una fuerza reprimida en los hombres que algún día va a revelarse. Existen casos de personas en las que esa fuerza ya se ha revelado y llevan una vida de viajeros permanentes y son felices. Yo lucho por llegar a esa vida y créanme que la siento cada vez más cerca.
Un saludo a todos los viajeros que han leído este diario, los espéro en el próximo, a partir de junio de 2012 por Colombia, Venezuela y quizás más...

lunes, 9 de abril de 2012

Lunes de río

... Yo fui mi sombra y ella el paisaje. En ángulo confuso. ¿O es acaso imposible que el reflejo sea el mismo sol?

Río de Quilmes. Ese lugar donde confluyen los amores fugaces de ramas y gaviotas y un biguá negro como un hoyo negro, se anima a acercarse a un hombre solitario, si estar rodeado de tanta abundancia puede llamarse soledad.
Es lunes, condimento necesario para mantener alejadas las muchedumbres, para recortar con mayor facilidad las siluetas y disfrutar del silencio del oleaje.
El río está ahí, ofreciéndose. Meterse en él es una obligación. Sentir las distintas temperaturas del agua en los pies sumergidos en el río resulta un juego de frío frío caliente caliente, como en un veo veo en el que las corrientes se mezclan, en el que no hay sol ni viento que gane la partida. No está mal sentirse parte de pez de pez en cuando.
Adentrarse en él es adentrarse en uno. Estar en el río con el agua en las rodillas da el beneficio de haber perdido la última huella, de sentir que no venimos de ninguna parte y que podemos ir hacia cualquiera, algo muy simple pero que en las calles, como en la vida, cuesta años de aprendizaje. Es una muestra de lo que se puede aprender del río, mi maestro predilecto.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El héroe de las mil caras


Si después de leer Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda y La Costa de los Mosquitos de Paul Theroux alguien, como yo, siente la necesidad de seguir leyendo, estoy en condiciones de recomendarle El Héroe de las Mil Caras, de Joseph Campbell.


El héroe de las mil caras es un libro publicado en 1949 por el mitógrafo estadounidense Joseph Campbell, que trata el tema del viaje del héroe, un patrón narrativo que se ha encontrado en las historias y leyendas populares. Campbell propone el concepto de monomito. Según él, el héroe suele pasar a través de ciclos o aventuras similares en todas las culturas, resumido en la tríada: Separación - Iniciación - Retorno.

El autor resumió en doce estadios comunes el viaje del héroe:

1) Mundo ordinario - El mundo normal del héroe antes de que la historia comience.
2 ) La llamada de la aventura - Al héroe se le presenta una necesidad de irse, desafío o aventura.
3) Reticencia del héroe o rechazo de la llamada - El héroe rechaza el desafío o aventura, principalmente por miedo al cambio.
4) Encuentro con el mentor o ayuda sobrenatural - El héroe encuentra un mentor que lo hace aceptar la llamada y lo informa y entrena para su aventura o desafío.
5) Cruce del primer umbral - El héroe abandona el mundo ordinario para entrar en el mundo especial o mágico.
6) Pruebas, aliados y enemigos - El héroe se enfrenta a pruebas, encuentra aliados y confronta enemigos, de forma que aprende las reglas del mundo especial.
7) Acercamiento - El héroe tiene éxitos durante las pruebas.
8) Prueba difícil o traumática - La crisis más grande de la aventura, de vida o muerte.
9) Recompensa - El héroe se ha enfrentado a la muerte, se sobrepone a su miedo y ahora gana una recompensa.
10) El camino de vuelta - El héroe debe volver al mundo ordinario.
11) Resurrección del héroe - Otra prueba donde el héroe se enfrenta a la muerte y debe usar todo lo aprendido.
12) Regreso con el elíxir - El héroe regresa a casa con el elíxir y lo usa para ayudar a todos en el mundo ordinario.

En lo sucesivo intentaré algún análisis de estos puntos, pero hoy me detengo en el punto 3, quizás aquel en el cual los héroes suelen encontrar más dificultades para avanzar.
La negativa a esta llamada, el auto boicot, la queja, las excusas, el todavía no es momento, ya no tengo edad para eso, es mucho esfuerzo o cada uno de los comentarios y acciones que hacemos intentando justificar que el miedo a encontrarse con lo desconocido, o mejor dicho, con uno mismo es muy grande, es esencialmente, una negativa a renunciar a lo que cada cual considera como su propio interés, sin saber que el destino tiene intereses particulares con cada uno de nosotros.
El rechazo a transitar el viaje, solo creará nuevos problemas para uno mismo y bastará esperar la aproximación gradual de la desintegración. El reprimir la sombra, solo la guiará más hacia la luz con una enorme fuerza por querer ser liberada, y la fuerza que ha de destruir nuestro sistema egocéntrico se convertirá en un monstruo. Nos hostigará, de día y de noche, por el ser divino que es la imagen del yo vivo dentro del laberinto cerrado de nuestra propia psique desorientada. Pero no todos los que vacilan están perdidos. Perderse es una forma de encontrarse.

lunes, 19 de marzo de 2012

Para mí la vida

Para mí la vida no es una serie de viejas postales, es su olvido; el amor a la lluvia y la inseguridad. La amistad con las enfermedades y la no valoración de las distancias.
Para mí la vida no es aprender a vivir para no cometer errores sino cometer errores para que los demás aprendan; seguir al corazón cada vez que éste nos quiera guiar y decirle que si al tiempo que quiera pasar.
Para mí la vida no es una oportunidad, es un viaje en tren a las cuatro de la mañana; buscar el limón en el árbol y no en la verdulería.
Para mí la vida no tiene fronteras, solo algún alambrado.
Para mí la vida es así. No hay de qué preocuparse.

domingo, 11 de marzo de 2012

A punto de perderse

... Las rutas son como las venas, llevan la sangre que hay dentro nuestro de nuevo al corazón.

Plaza Constitución, un domingo al mediodía. Salir del gran hall es esquivar una decena de cuerpos sucios arrinconados sobre el sucio piso. Afuera, la vendedora de jugo de naranja se abrasa bajo el último sol del verano mientras pocos colectivos nos muestran las calles más anchas. Tomo la calle Brasil y sin pensarlo paso debajo de la autopista hacia Parque Lezama, primera parada de un tour clásico por el Buenos Aires de siempre. La soledad de las grandes ciudades se me grafica en un viejo barbudo en camiseta leyendo un diario que no es de hoy en uno de los bancos del parque, justo donde la barranca es un viaje de ida que no lleva a San Telmo. Tomo entonces Defensa hacia el norte y ahí y hasta Plaza de Mayo, todo es una continua kermesse de tango Mafalda y Evita, en la que las rubias del hemisferio norte pueden conocer el choripán.
Después, que importa del después, Florida, Plaza San Martín y Retiro yacen abúlicos, languideciendo opacadas frente al colorido del barrio sur. Es curioso como el alma de la ciudad deambula según las épocas y lo que ayer fue cementerio hoy cobra vitalidad para morir alguna nueva vez. En Retiro se huele a Paraguay.
Volviendo al sur por la 9 de Julio me doy cuenta que el sol ya no se ve ni mirando hacia el oeste y siento alivio del sufrido calor de marzo. La brisa del plata cobra fuerza y me agrada. Antes creo haber visto un reflejo de fuego en Diagonal Norte. Estoy casi exhausto cuando llego al obelisco y no es para menos, he caminado las últimas siete horas por lugares conocidos, propios, por los que me es imposible perderme. Cuando uno camina las mismas baldosas que ya caminó muchas veces se cansa más.
El obelisco no está solo. A sus pies y entre una treintena de motos y motoqueros estacionados en la Plaza de la República está ella, Belén, una chica frágil de 24 años que está a punto de cumplir su sueño de perderse: Partir con Filomena, su Honda Biz, sin tiempos ni destino exacto, en un viaje por América y con México en la mente. Historia que puede demostrar como una ciudad enorme puede quedar chiquita.
Ya oscurece. Mis saludos a Belén son el anuncio de una partida por partida doble. La de ella y la mía, ya de noche y sombría, hacia el arrabal. Habré de extrañar Buenos Aires cuando me pierda, pensé.

sábado, 3 de marzo de 2012

La necesidad de soñar

... Nunca dejes tus sueños al costado de la mesa de luz. Llevatelos más bien al desayuno y masticá con ellos.

Al comienzo de este blog les hablaba de Saturno. Para quienes no saben quién es recomiendo la lectura de los primeros posts. El caso es que Saturno es fuente de inspiración para mí.
En su mundo, lo cotidiano y lo fantástico se entrecruzan estableciendo unos espacios enigmáticos donde, a través de la insistencia de los sueños, los hechos encuentran caminos que pueden conducirlo tanto a la serenidad como al extravío. Lo que para cualquier mortal plantea una cuestión de azar, para Saturno no lo es. Para él ambas situaciones son afines, incluso concluyentes.
Ando creyendo que la necesidad de soñar es de mayor trascendencia que la que en nuestros días se le asigna. La historia de la interpretación de los sueños data del año 3000-4000 A.C. Estas interpretaciones y el significado de sueños dado se documentaron en tabletas de arcilla. Se dice que las personas de sociedades primitivas eran incapaces de distinguir entre la realidad y el mundo de los sueños. No solamente veían a éste como una extensión de la realidad, sino que también para ellos, el reino de los sueños era un mundo más poderoso.
Siempre vi en Saturno a un ser primitivo, no erosionado, limpio. Un tipo de otra época, poderoso. Un ser en libertad. En contraposición, los hombres de hoy se me figuran terriblemente frágiles, prisioneros en una celda por ellos mismos construida, necesitados de límites, lo que es un atroz sinónimo de seguridad.
Para perderse por ahí es necesario soñar. El mundo de los sueños puede verse como un lugar real al cual el espíritu y el alma van a visitarnos, proponiéndonos un camino infinito por seguir hacia ninguna parte.

martes, 21 de febrero de 2012

Perdido en Adrogué

...Adrogué es una isla rodeada de tierra a la que los barcos llenos de hollín no pueden llegar. Desaparecen misteriosamente bajo un oleaje de hojas.

Esta vez quería perderme fácil, la tarde recién nacía y había decidido apostar fuerte al rumbear hacia los suburbios más desacomodados del Gran Buenos Aires. Tomé el tren de la llamada vía circuito del ferrocarril Roca, que a poco de doblar en el empalme de Villa España se balanceaba como un puñal en mano temerosa avanzando hacia la carne de fierro.
Poco a poco todo se desalineó. Bosques, Florencio Varela, Ardigó, chaperíos de barro y yuyo que corrían hacia atrás por la ventana, hasta que cerré los ojos, hasta que los otros sentidos despertaron. La cumbia de los celulares aplastaba hasta el mismísimo ruederío y el vaho de pieles polvorientas se confundió con un extraño humo que venía del furgón. El tren se detuvo unas 3 o 4 veces hasta que perdí la cuenta y abrí los ojos repentinamente frente a un parque que me invitó a bajar. Traté de no mirar el cartel de la estación pero unas grandes letras en blanco aparecieron frente a mí: Rafael Calzada. ¡Maldición, conozco Rafael Calzada!
Estaba otra vez como al principio, orientado perfectamente. Hasta podía ver a distancia la barrera de la avenida San Martín con un arco enorme que justamente decía "Bienvenidos a Rafael Calzada". No era mi día.
Caminé con frustración unas 40 cuadras. Sabía que iba hacia el oeste por el sol al frente y me desvié entonces por una calle de sombras y empedrado sin almas. Una a una las formas se cayeron, los colores se mezclaron y el silencio tapo mis oídos. Sólo había un farol encendido. Vi de repente el último auto y la última casa, me detuve y miré a mi alrededor en un giro de vuelta completa y supe al instante que no estaba en ninguna parte. Yo también había desaparecido.
- ¿Me dice la hora?

Perdido en La Plata

... El trepidar exitante de los trenes desliza deseos en la medula y en los riñones.

Si hay una ciudad ideal para perderse esa es La Plata. La capital de la provincia de Buenos Aires es una ciudad planificada a fines del siglo 19 cuya característica distintiva es poseer una serie de diagonales que hacen que, a menos que uno sea platense de nacimiento, perderse sea obligatorio.
Conozco La Plata. Su estación, el bosque, la plaza Moreno, la catedral. Sus numerosos símbolos y monumentos y sus varios edificios admirables. Por eso para perderme con mayor facilidad en lugar de llegar en tren hasta La Plata bajé una estación antes, en Tolosa, con la idea fija de doblar en la mayor cantidad de esquinas posibles hasta perder la orientación. A pocas cuadras no sabía donde estaba parado ni para donde iba. Para colmo tomé una diagonal perdida en el mapa con una hilera de tilos sugerentes sobre sus sombras del atardecer. Sin querer vi un cartel que decía calle 4.
Las casas bien construidas de La Plata se enseñorean con una muestra diversa de estilos. Las aceras monótonas responden casi siempre a algún viejo plan de unificación, con baldosas color vainilla con una guarda roja. Al mirar por sobre esas baldosas, de repente, me di cuenta que estaba perdido.
Lo disfruté y me detuve un instante. Sentí que mi alma estaba dentro mio refugiada y ese era el lugar en el que siempre debería estar.
Di unos pasos enseguida, con tanta mala suerte que al levantar la vista divisé el edificio de la Terminal, me orienté, respire hondo y caminé hacia el centro.

lunes, 20 de febrero de 2012

Sin distancias a la vista


... Entonces la exacta dimensión de lo real se asemeja a lo imaginario, cuando los deseos se convierten en realidad sin explicación alguna.

Para estar perdido es preciso no estar en ninguna parte. Los viajeros deben darse de cuernos con la física y la geometría, suplantar a los músicos y a los pintores y olvidarse de trabajar con las manos, para no dejar huella. La noción de distancia se construye desde el pasado, ya que el presente es estático y el futuro no se puede medir. Así que olvidar es una forma de llegar a todos lados.
Para no regresar al mundo chiquito es necesario perder la noción de distancia. Qué si cerca o lejos, que si acá o allá. Son parámetros espaciales que uno puede manejar en la medida que se convence que todo es cuestión de tiempo. Como el tiempo juega a nuestro favor cuando partimos porque por delante está la vida, el espacio puede empequeñecerse a la medida de la paciencia.

sábado, 18 de febrero de 2012

Prescindiendo de lo prescindible


... Si lo pesado es llevar todo ese montón de equipaje en la mano yo prefiero estar liviano, decía una linda canción.

Aniko Villalba, la madrina de este blog, se define como viajera minimalista. No lleva nada, o casi, lleva lo menos posible. Lo que parece un capricho es una necesidad cuando se decide hacer la vida en un viaje y no un viaje en la vida. Para estar perdido por ahí es necesario itinerar sin tiempo y no es aconsejable hacerlo con la casa a cuestas.
Pero la tendencia a acumular cosas inútiles es un mal de la era del consumo a la que es difícil decir no. Los seres comunes adquieren y usan; cada vez más lo primero y menos lo segundo. Se está más tiempo detrás de un objeto que delante de él.
Para el viajero perdido resulta todo lo contrario. Encuentra sin buscar y toma lo que hay a su paso, descartándolo tras su aprovechamiento.
Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero decía Antoine de Saint-Exupery. Con algunos viajes de experiencia se llega a la conclusión de que una pequeña mochila alcanza para meter lo imprescindible dentro, pero no falta quien viaja sin mochila.

viernes, 17 de febrero de 2012

Lo cierto es que me perdí


... Así estaba girando yo como cualquier otro alegremente hasta que algo torció mi trompo. De piruetas comunes con amigos salté de repente a otros confines desconocidos.

No sé como empezó todo. Tal vez fue a los seis años cuando llegó un primo de lejos mostrándome mapas con islas que yo no conocía, quizás a los once cuando descubrí Europa o a los dieciséis, cuando me sumergí en el atlas Salvat. No importa ya cómo ni cuándo, lo cierto es que me perdí. Y eso fue lo bueno, diría Saturno.
Cuando se deja el mundo chiquito ya no se puede volver a caber en él. Por más que se lo intente es imposible. Las extremidades se atrofian y el cerebro se aja, los recuerdos no caben y los espejos mienten siempre la misma imagen. ¿Para qué volver entonces? ¿Para qué encontrarse?
Las respuestas a los grandes interrogantes suelen ser chiquitas. Yo las encontré sin buscarlas, casi imperceptibles y ahí voy desde entonces perdido en el gran mundo. Y no quiero regresar.

El mundo chiquito


... Ayer fue parecido a hoy y hoy será parecido a mañana, pero no importa, ya llegara el día marcado en rojo en el calendario.

En la entrada anterior hablamos de un personaje al que llamaban Saturno. Claro que Saturno hay uno solo. El resto de los mortales gira en el sentido que le enseñaron a girar como trompo desde chiquititos, sin haberse podido detener a pensar ni siquiera para que lado están girando.
Tanto girar y girar marea y por cierto no lleva muy lejos, por lo que cada quién se va acostumbrando a ver una y otra vez a su alrededor, donde se busca comodidad y seguridad. Todo lo que queda a una distancia x se torna entonces extraño y peligroso, incómodo e impredecible y desde allí la decisión de sedentarse está tomada como única opción, natural, obvia y conveniente.
Es así como los seres comunes se aferran a su mundo chiquito, familiar, quieto, en el cual pueden desenvolverse aún mareados sin animarse a lo desconocido, más allá de alguna que otra escapada a la que juzgan "una aventura".

Mejor perderse que encontrarse


... Y me vino a la memoria una persona a la que todos llamaban Saturno, por aquello de ir siempre en sentido contrario a los demás.

Saturno sorprendía siempre. Cada opinión suya era una fuente de sorpresas basada en el simple artilugio de pensar distinto. Llegué a estudiarlo como caso y comprendí que su criterio era realmente el opuesto al sentido común y que poseía una coherencia intachable.
Nunca pude ni siquiera imitarlo. Mi esencia no es de otro planeta. Pero conocer a Saturno me hizo ver de otra manera el mundo, preparado para una masa bastante uniforme de seres comunes mediatizados y educados para responder de manera igual ante cada circunstancia, con el único fin de simplificar las leyes de la convivencia y economizar en el sentido más amplio de la palabra.
Seré breve y no me extenderé en el análisis, que confío, cada lector podrá hacer por su cuenta. Me alcanza con contarles que Saturno era la excepción a la regla de la obviedad festejada como hallazgo y que desde entonces para mí, hallar es perder una búsqueda.